A finales del siglo V el Imperio Romano de Occidente dejó de existir y sus provincias fueron dominadas por invasores germánicos –ostrogodos, visigodos, vándalos, burgundios, suevos, anglosajones, francos, etc. Pero en el oriente, el Imperio Romano centrado en Constantinopla –“La Nueva Roma” que el emperador Constantino había erigido sobrevivió y siguió floreciendo.
Bajo el emperador Justiniano (527-565) el imperio conoció momentos de esplendor y de expansión hacia el occidente, pero las conquistas de Justiniano fueron efímeras, en el siglo VII ya se había perdido lo ganado. Entonces, el Imperio Romano de Oriente se redujo a los Balcanes, a las orillas del mar Egeo y al Asia Menor.
A pesar de los duros golpes, el Imperio volvió a conocer un período de esplendor entre los siglos IX y XI, convirtiéndose en el Imperio Bizantino, pues Constantinopla volvió a ser llamada por su antiguo nombre griego: Bizancio.
El auge de Bizancio se debió a su activo comercio marítimo. Así, Constantinopla fue rica, poblada y bella y allí llegaban miles de mercaderes. Este imperio estuvo marcado por los recuerdos del Estado romano, las tradiciones orientales y la influencia del cristianismo. Por ejemplo, el emperador pensaba que su poder venía de Dios y se apoyaba en una administración bien organizada y en la Iglesia, entonces, los monjes ejercían mucho poder sobre el pueblo, que lo veneraba con fervor sus íconos Cristo, la Virgen o los santos.
Por diferencias religiosas y políticas, la iglesia bizantina (cristiana) se alejó progresivamente de la iglesia de Roma. La ruptura se hizo definitiva en el año 1504, cuando el patriarca Miguel Cerulario y el Papa (obispo de Roma) se excomulgaron recíprocamente. Desde entonces, el mundo cristiano quedó dividido en dos (2) iglesias: la Católica Romana que reconoce y obedece al Papa, y la ortodoxa o griega, independiente del Papado y bajo la dirección de Constantinopla.
Aunque el Imperio Bizantino desapareció en el siglo XV, la iglesia ortodoxa continúa vigente actualmente y es un testimonio viviente de la gran cultura Bizantina.
Bizancio perdió lentamente su control comercial de los mares y cuando ya no quedaba sino la capital y sus alrededores, el Imperio desapareció al ser tomada Constantinopla por los turcos en 1543.
De todas maneras, la civilización Bizantina fue brillante. Estaba estratégicamente situada entre Asia y Europa, fue el centro donde se unían las riquezas de los dos (2) continentes y donde se dieron beneficiosos contratos entre ambos mundos.
Del extremo oriente venían, por las rutas de Asia Central o por el Océano Indico y el golfo Pérsico, las perlas, las especias y la seda; de Siria llegaban tapetes, vinos y sederías; de Rusia meridional, trigo, pescado, miel y pieles.
Bizancio fue también una ciudad de sabios y letrados; ellos además de ser herederos de la civilización grecolatina, contribuyeron a su supervivencia recopilando las obras de los escritores griegos y romanos, gracias a lo cual muchos de estos fragmentos han llegado hasta nosotros.
El emperador Justiniano, por ejemplo, hizo reunir y clasificar, en una obra que todavía hoy lleva el nombre de Código de Justiniano, los textos esenciales del derecho romano.
Bizancio irradió su civilización entre sus vecinos, particularmente entre los servíos, los búlgaros y los rusos. Gracias a la predicación de misioneros bizantinos se expandió el cristianismo entre los pueblos y se construyeron escuelas, iglesias, monasterios y palacios con el sello bizantino e igualmente en occidente se hizo sentir, sobre todo a través de artistas.