Los Seres Humanos en América
Estudios arqueológicos y paleontológicos han establecido que los primeros pobladores de América llegaron desde Asia por el estrecho de Bering, aunque no se tienen claras las fechas.
Existen testimonios, por vestigios encontrados, sobre la presencia de grupos humanos en Colombia hace 14.000 años a. de C. (antes de Cristo) aproximadamente aún de tiempos anteriores en Lewisville (Texas) hace 23.000, 29.000 y 37.000 anos a.de. C., considerándose que la presencia del hombre en América no es superior a 40.000 ó 50.000 años a. de C.
Grupos de cazadores, pescadores y recolectores, primeros hombres en América, se extendieron de norte a sur, dando origen a las culturas amerindias, las cuales tuvieron un contacto constante y con acercamientos con pueblos asiáticos, especialmente del extremo oriente y de Oceanía, cuando estos ya conocían las técnicas de navegación en alta mar.
Por la época del descubrimiento, los nativos de América (llamados después indios y considerados de color “amarillo) estaban distribuidos desigualmente en el territorio con diferentes niveles de desarrollo frente a Europa que se convirtió en el modelo para medir su nivel de “civilización”.
Algunos tenían sociedades complejas, como los aztecas en las mesetas de México Central; los mayas en la península de Yucatán y los incas en las altiplanicies andinas del Perú y sus alrededores, todas ellas con relatos mitológicos, templos y pirámides, calendarios, sistemas de cálculo y medida, conocimientos médicos y técnicas agrícolas, etc.
También estaban los chibchas, sobre las cordilleras y sus laderas, e incluso en las llanuras, que desempeñaban labores agrícolas y orfebres; algunas iniciaron el pastoreo de rebaños y lograron gran desarrollo, pero inferior a las ya mencionadas. Otros vagaban por las sabanas y las selvas húmedas tropicales recolectando frutos, cazando animales salvajes y pescando.
Importante de resaltar, todos mantenían un equilibrio con el entorno natural y poseían una mitología propia.
Lo anterior es el primer legado étnico y cultural, base de América, el cual ha sido dejado en la sombra por los hechos ocurridos después del “descubrimiento”.
Las culturas primigenias, entregaron al mundo, productos agrícolas como la patata o papa, el maíz, los frijoles, el tomate, el algodón, el cacao; animales como el pavo y otros no fácilmente domesticables ni trasplantables. Y sus trazados de algunas ciudades han sido utilizados para construir ciudades como Chicago y México.
Cuando llegó Colón en 1492, había por lo menos 12 millones de habitantes y en el siglo XVI inicio la conquista, la ocupación y la colonización por parte de los europeos. Primero llegaron los españoles con la intención de conseguir oro, por la misma época se asentaron los portugueses con similares intenciones, aunque sólo se mantuvieron como emperadores hasta finales del siglo XIX. Casi un siglo después llegaron los ingleses que querían establecer un nuevo país. También vinieron los franceses, holandeses y otros europeos.
Todos los inmigrantes compartían formas culturales del Renacimiento, la Reforma y la Contrarreforma, sustentadas en estructuras económicas y sociales del capitalismo naciente. Ellos constituyeron el segundo legado étnico cultural para la formación de las Américas.
Los inmigrantes, también eran diferentes entre sí, pues pertenecían a entidades político-administrativas particulares que estaban en el proceso de crear sus Estados nacionales. De esta manera, a la diversidad de las poblaciones se sumó la europea, dando lugar a nuevas variaciones.
Los franceses y, en particular los ingleses, de procedencia puritana (persona que sigue el puritanismo, tendencia religiosa creado por Juan Calvino en el siglo XVI) echaron raíces en América del Norte (Canadá y Estados Unidos) de identidad anglosajona; los españoles, católicos de la Contrarreforma, eran funcionarios coloniales, misioneros y aventureros que no querían una nueva patria y se instalaron en la parte central y meridional del continente, dando origen la otra América, la Central, la del Caribe y la del Sur, que en conjunto se han llamado América Latina, de identidad ibérica (los países latinoamericanos), de esta, en Brasil también se asentaron los portugueses que igualmente eran católicos. En las Antillas, sobrevivieron ingleses, franceses y holandeses, como en el nordeste de Sudamérica con las actuales Guyana, Surinam y Guayana francesa.
Los europeos introdujeron en América varias especies de animales domésticos y cultivos como el trigo, la caña de azúcar, el arroz, las aceitunas y los cítricos, etc; más o menos 150 especies de animales y vegetales.
Los europeos también trajeron enfermedades, como la viruela y explotaron los indígenas en los trabajos mineros y agrícolas y en la servidumbre rural y urbana, además los enfrentamientos entre indígenas y europeos era desigual; todo esto, ocasionó la disminución de la población indígena.
Para paliar esta situación y tener quien les trabajara, los europeos revivieron la esclavitud y muchos seres humanos se convirtieron en mercancía. Los españoles comenzaron esta actividad en 1501, y les siguieron los portugueses, holandeses, franceses e ingleses. De este tráfico salió el tercer legado étnico cultural del continente americano, del “negro” de origen africano; grandes cantidades de esclavos fueron trasladados desde África hasta la Antillas y Brasil y otros territorios americanos.
En 1619 llegó el primer grupo a las colonias inglesas, en 1850 ya llegaban a cinco (5) millones y siglos más adelante, veinte (20) millones ya estaban en América, de los cuales siete (7) estaban en Brasil.
Los africanos también tenía de culturas muy diversas, pero la violencia con las que fueron tratados les impidió expresarla, la mayoría sólo mostraban con su cuerpo, la elasticidad y con su espíritu, los ritmos y melodías ancestrales. La música, la danza y el deporte fueron elementos de resistencia e identificación de estos seres humanos.
Durante el siglo XIX y comienzos del XX, fueron llegando otros grupos humanos, buscando oportunidades, provenientes de Europa y Asia, como los japoneses, los chinos y habitantes de la India, pero el mayor aporte cultural fue el de los europeos que en la primera mitad del siglo XIX, ya constituían cincuenta (50) millones de inmigrantes.
Los europeos se ubicaron especialmente en Estados Unidos, Canadá, Argentina, Chile, Uruguay y parte del Brasil y de esa mezcla surgieron otros legados, que influyeron en el continente conformado ya por los Estados-naciones, desde comienzos del siglo XIX. Esos Estados eran diferentes, los del norte eran más democráticos e independientes, hacia el sur, más autoritarios y dependientes.
En el norte se creó una Nación democrática hacia adentro e imperialista hacia afuera, con deseo de dominar el resto del continente; en este lugar, la democracia fue para los blancos y los mestizos, porque los indígenas fueron arrasados o confinados en reservas y los negros no tenían derechos civiles y estaban en situación de segregación hasta la segunda mitad del siglo XX.
Así, en todo este proceso, se dieron dos (2) Américas blancas, una al Norte integrada por Canadá y los Estados Unidos y otra al sur, con Argentina, el sudeste brasileño y Uruguay (y Costa Rica en el Centro); la América roja, en la que predominó el amerindio, como son México, Perú, Bolivia y Ecuador.
También se habla de una América Parda, donde la desaparición acusada de indígenas ha dejado paso al asentamiento de blancos y especialmente negros, como las Antillas, gran parte del Brasil y algunos estados de Estados Unidos; y la América mezclada, en donde se entrecruzan y combinan blancos, indígenas, negros y mulatos, como en Brasil, Venezuela y Colombia.
Todas las Américas tienen un predomino de la cultura “occidental”, de origen europeo (hoy norteamericano) que dejaron en el olvido los legados amerindios y africanos.
En el caso del siglo XIX (1800 – 1900), éste ha tenido varias denominaciones: “siglo de la burguesía”, “del positivismo”, “del industrialismo”, “de los nacionalismos”, entre otros, de acuerdo a lo que se quiera enfatizar: una clase social, una doctrina filosófica, la etapa de madurez del sistema capitalista, una forma de Estado y su ideología, etc.
Estados Unidos, con un origen y proceso de consolidación constituye una excepción en el nuevo continente, desempeñó un papel ambivalente en relación a América Latina y el resto del mundo. Por una parte, fue un modelo de desarrollo económico y político según parámetros del capitalismo y la democracia de origen europeo, del respeto de las libertades individuales y del ofrecimiento de oportunidades teóricamente iguales para todos, generando además, una poderosa cultura científica y artística que se impuso en todo el planeta. De otro lado, practicó el intervencionismo imperialista con el pretexto de cumplir una misión continental de defensa.
Para América Latina y del Caribe, con excepción de Cuba y Puerto Rico (cuyas independencias fueron tardías, hacia 1898), en el siglo XIX se dieron los procesos de independencia frente a España y se crearon nuevas naciones sin experiencia en el autogobierno y empobrecidas por el saqueo colonial; ese reto lo asumieron los criollos que dejaron, otra vez a los amerindios y afroamericanos, por fuera.
Este proceso se dio con luchas internas dirigidas por “caudillos”, se dieron problemas para incorporar estas economías débiles a la economía mundial, comandada por Inglaterra, en ese momento, esto creo un nuevo lazo de dependencia con las potencias mundiales, base del subdesarrollo, llegando prácticamente a la Segunda Guerra Mundial.
La Cultura en América en el Siglo XIX
América Latina presentó cierta unidad, expresándose de manera característica en cada país. Durante las independencias influyeron las ideas de la Ilustración, del siglo XVIII (Locke, Rousseau, Voltaire, Montesquieu, etc.) y ayudaron a la creación del inventario de la geografía, las formas culturales y los recursos naturales. A estas influencias se sumaron dos (2) más en el siglo XIX que permitieron el establecimiento de dos (2) grandes períodos que corresponden a dos (2) tipos de procesos sociopolíticos que se cumplen en casi todos los países de colonización hispánica: el romanticismo y el positivismo.
Primer Período: El Romanticismo
El romanticismo fue un movimiento cultural, artístico y literario de origen europea, que nació en el siglo XVIII y se extendió hasta la primera mitad del siglo XIX a las recién independizadas naciones americanas.
Este movimiento se caracterizó por el predominio de la sensibilidad, la emoción y la intuición sobre el pensamiento racional; por el individualismo y el afán de libertad, y por las manifestaciones de sentimientos de insatisfacción ante el entorno, por lo que exaltó la rebeldía.
En América, va desde 1850 y corresponde a los esfuerzos de las élites latinoamericanas por sacudirse las estructuras coloniales de dominación y por encontrar formas propias de expresión y desarrollo.
El romanticismo echó raíces desde el momento de la independencia y a ella y sus personajes, están dedicadas algunas de las primeras manifestaciones del romanticismo, como La Victoria de Junín o Canto a Bolívar (1825).
Dentro de los escritores románticos, están: José Martiniano de Alencar (1836-1896) con su obra O Guarani, Juan León Mera (1832-18949 con Cumandá y el colombiano Jorge Isaacs (1837-1895) con María.
Segundo Período: El Positivismo
El segundo período va desde 1850 hasta comienzos del siglo XX. En lo político, corresponde a la definición de grupos de burguesías nacionales, que se plantearon la creación de países con una democracia liberal y una base industrial moderna. Pese a logros en países muy tradicionales como México y Perú y en países con presencia significativa de europeos, como Argentina, Chile, Uruguay y zonas de Brasil, en los dos (2) primeros decenios del siglo XX, no se tuvieron avances.
El positivismo daba importancia especialmente a la ciencia y a la industria, por lo cual fue adoptado por políticos, escritores, científicos y médicos, entre otros; creían que la independencia política debía seguir el proceso de creación de repúblicas modernas con economías industriales, apoyadas en la ciencia moderna, como lo hacía Estados Unidos.
Los positivistas latinoamericanos se dedicaron a promover la ciencia y sus aplicaciones productivas, reformando universidades, creando academias de ciencias, especialmente ciencias naturales y medicina; periódicos y revistas, difundiendo las ideas del “catecismo positivista”.
En literatura y otras artes, el positivismo impulsó el realismo y el naturalismo que pretenden representar la realidad, tal como es, con la objetividad propia de la ciencia, algunos autores hablaban de una “novela experimental” y de un “arte científico”.
La literatura fue un arte muy cultivado en la Latinoamérica del siglo XIX, su proceso se enmarcó en dos (2) polos representados por grandes escritores. El primero, con el venezolano Andrés Bello (1781-1865) y el argentino Faustino Sarmiento (1811-1888), y el segundo por el cubano José martí (1853-1895) y el nicaragüense Roben Darío (1867-1916). Los cuatro (4) han sido considerados “los arquitectos de América”.
Bello y Sarmiento introdujeron a la literatura y al pensamiento, temas como la naturaleza americana (Selvas americana y A la agricultura en la zona tórrida, de Bello) y con Sarmiento, Facundo –el conflicto entre civilización y barbarie- y Recuerdos de provincia.
Por su parte, el poeta José Martí con Ismaelillo, Versos sencillos, cartas y manifiestos políticos y Darío con azul, obra que inaugura el modernismo, captaron la incomunicación e incertidumbre latinoamericanas como producidas por las condiciones derivadas del pasado colonial, de una incompleta independencia y de una muy parcial realización de los ideales modernos (democracia e industrialización, etc.)
La literatura de Latinoamérica del siglo XIX, describía tipos humanos y costumbres y proponían un acercamiento sociológico a la realidad descrita, pero de manera más descriptiva que analítica; se hablaba poco del indígena y del afroamericano. Algunos llamaban a esta tendencia “indianista” para diferenciarlo del “indigenismo” propio de finales del siglo XIX y principios del XX donde los descendientes americanos se presentaron como una fuerza viva y con reivindicaciones culturales, sociales y políticas propias. Se dio en México, Perú, Ecuador y Bolivia.
La pintura y el dibujo del siglo XIX expresó con mayor fuerza el legado indígena, con sus grandezas y miserias “republicanas” e incluyó los descendientes africanos y mestizos, zambos y cuarterones.
A finales del siglo XIX, tanto Martí como Darío expresaron juicios negativos sobre la literatura. Martí creía que se necesitaba un cabal proceso de independencia y de unidad cultural de la América Hispánica para que se diera una literatura propia. Darío se preocupó más por la novela y pensaba que el organismo mental de la época no estaba constituido todavía.
La historiografía fue durante el siglo XIX uno de los campos más productivos en los países de América Latina. Los procesos de independencia estimularon la producción de obras históricas. Estas obras se agruparon en tres (3) tendencias culturales y políticas básicas:
La Cultura Norteamericana
Estados Unidos, desarrollo las artes, las ciencias y el pensamiento de manera autónoma, acorde a las tradiciones europeas.
La guerra de Secesión (1861-1865) constituyó un momento de maduración de la capacidad expresiva y reflexiva estadounidense, lo que significó la abolición de la esclavitud y el compromiso en la conquista de todo el territorio. Igualmente, el desarrollo de las riquezas del país sobe la base del desarrollo de la ciencia experimental europea, que se aplicaría a la industrialización y en donde se afirmó una cultura original con dominio “blanco” y occidental.
En cuanto al pensamiento, se gestó el pragmatismo, movimiento norteamericano, elaborado por Charles Sanders Peirce (1839-1914), a su vez fundador de la semiología o semiótica moderna; William James (1842-1914), psicólogo; y John Dewey (1859-1952), pedagogo.
En lo cultural, el pragmatismo se arraigó en la mentalidad norteamericana, especialmente postulados, como:
En las artes y literatura demostraron destreza técnica y capacidad para entretener y sugerir ideas y valores. Resaltan las obras: El último de los mohicanos, 1826, de James Fenimore Cooper (1789-1851), y La cabaña del tío Tom, 1851-52, de Harriet Beecher Stowe (1811-1896).
Otros autores y obras fueron: Edgar Allan Poe (1809-1849) con Las aventuras de Arthur Gordon Pym; Walt Whitman (1819-1892) con El canto a mí mismo y Mark Twain (1835-1910) con Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras Huckleberry Finn.
Literatura y Arte en Colombia en el Siglo XIX
En lo cultura, en la época de dominio español, la Nueva Granada estuvo en segundo orden después de los virreinatos de la Nueva España (México), del Perú y del Río de la Plata (Argentina, Uruguay). En las últimas se crearon universidades, bibliotecas y publicaciones y sus territorios y culturas fueron objeto de descripciones en el siglo XVI; la Nueva Granada, sólo en el siglo XVII produjo hechos similares, parece que fue debido a la mayor cantidad de metales preciosos (oro y plata) que poseían esos “reinos”.
El arte de Colombia, en el siglo XIX, recogió tradiciones de la Colonia que se interrelacionaron con los de la época republicana, siguiendo esto hasta los años veinte del siglo pasado, época en la que se inicia la modernización y la urbanización, con el comercio y la industria incipiente, se construyen edificios civiles públicos y privados y se erige el sistema bancario.
Temporalmente, desde finales de la Colonia hasta el segundo decenio del siglo XX, se ubican las influencias culturales del romanticismo y del positivismo, expresado en el realismo, el naturalismo y el costumbrismo. El año 1850 ocurren cambios histórico-sociales, que en su conjunto constituyen una revolución anticolonial. Durante esta revolución, cuya base económica se encuentra en el incremento de la producción nacional y la comercialización internacional del tabaco, se adoptaron diversas reformas administrativas y político-económicas.
Los cambios a mediados del siglo XIX fueron liderados por dos (2) grupos sociales: los hacendados terratenientes, herederos del sistema de encomienda y de la dominación social e ideológica; además, propietarios de grandes grupos de esclavos. El segundo grupo, interesada en quebrar la estructura colonial que perduraba, estaba integrado por los comerciantes ligados al mercado, especialmente externo.
La mezcla de estos dos (2) grupos sociales hizo peculiar el caso de Colombia, pues las élites colombianas no adoptaron posiciones avanzadas en política, pensamiento y arte, asumidos en otros países. En Colombia, con excepciones, hasta el romanticismo que cultivaron los escritores colombianos del siglo XIX correspondió a una versión reaccionaria del que miraba al pasado, a diferencia del romanticismo libertario, social y popular, cuyo profeta fue Víctor Hugo y asumido por otros países latinoamericanos. Igualmente, el aporte colombiano al modernismo fue escaso.
En el campo literario, la Colonia no dejó un legado para la época de la República, aunque se encuentra algún rastro entre escritores que vivieron entre las dos (2) épocas, como el médico José Fernández Madrid (1789-1830), poeta y autor de tragedias como Atala y Guatimoc o Luis Vargas Tejada (1802-1829) con obras como las convulsiones.
De los nacidos en la época de la independencia, sobresalen:
En Colombia, 1850 también puede tomarse como punto de referencia, así como en Latinoamérica fue una fecha clímax del predominio del romanticismo; ya que la Revolución del Medio Siglo está influida por las “revoluciones democráticas” europeas de 1848, en las cuáles se expresó el movimiento romántico en todas las gamas sociales, políticas y estéticas.
A mediados del siglo XIX, el positivismo entró a la Nueva Granada y hasta 1920 se pueden identificar dos (2) etapas en la literatura nacional:
El más característico introductor del modernismo fue el poeta José Asunción Silva (1865-1896), cuyo aporte va más allá de la tendencia estética, por cuanto representa “lo moderno” en el sentido más amplio. Su poesía tiene simbolismo, ambientes misteriosos e irracionales, delicadas imágenes musicales y espaciales y hasta obsesiones neuróticas, impensable en la poesía colombiana del siglo XIX. También escribió la primera novela urbana, De sobremesa.
Dentro de los poetas colombianos, están: Rafael Pombo (1833-1912), quien abarcó todos los géneros y Guillermo Valencia (1873-1943) quien combinó el modernismo con un extremo conservadurismo.
Durante la Colonia, las artes plásticas neogranadinas no alcanzaron gran desarrollo, pero se puede rescatar una tradición que proviene de la actividad científica, especialmente de la botánica, a partir de la Expedición Botánica de Mutis (1783-1808). Mutis impulsó la creación de una escuela de dibujo que dirigió el mestizo Salvador Rizo (1762-1816), botánico y pintor al igual que Francisco Javier Matiz (1763-1851).
Por la Expedición Botánica pasaron unos 38 pintores que dejaron más de 5.000 láminas de plantas, de las cuales 2.500 estaban maravillosamente coloreadas. Estas láminas y otras fueron trasladadas a España en 1816 durante la Reconquista de Morillo. Pero según algunos, quedó una tradición en la Nueva Granada que fue recogida por pintores posteriores.
La pintura entre la independencia y 1850 se centró en la miniatura y el retrato; destacándose una dinastía familiar de pintores, la de los Figueroa, pero la figura más notable fue José María Espinosa (1796-1883) retratista y miniaturista que dejó retratos célebres del Libertador.
Por los mismos años, empezó su trabajo Ramón Torres Méndez (1809-1885), para algunos el pintor más importante del siglo, al cual se le puede catalogar de romántico por su sentida visión del paisaje y por la delicada expresión que logró en la acuarela.
Al desarrollo de la acuarela, contribuyeron pintores-viajeros, como los ingleses Edward Mark y Joseph Brown, y el médico francés Francois Desiré Roulin, entre otros.
En 1850 empezó la Comisión Corográfica (1850-1859) dirigida por el geógrafo, cartógrafo e ingeniero Agustín Codazzi, la Comisión duró nueve (9) años y realizó diez (10) salidas fuera de Bogotá, donde se realizó un trabajo gráfico que representaba los tipos características de la población de cada provincia, los monumentos, paisajes notables, curiosidades naturales y vistas y cortes geológicos, etc., dejando una obra gráfica muy destacada en su conjunto y representante importante en la construcción de la identidad del nuevo país.
A finales del siglo XIX se citan pintores, como: Alberto Urdaneta (1845-1887), Alfredo Greñas (1859-1947), Epifanio Garay (1849-1903), Ricardo Acevedo Bernal (1867-1935) y especialmente Francisco Antonio Caro (1865-1935), también destacado escultor.