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Consecuencias de las Migraciones del Siglo XIX


Los procesos migratorios que ocurrieron a lo largo del siglo XIX produjeron grandes transformaciones en el mundo, especialmente en los lugares de destino; éstas fueron de tipo demográfico, económico, político, sociocultural y ecológico.

Las consecuencias demográficas del proceso migratorio se debe observar en las regiones receptoras y en las de salida.

Para las regiones emisoras el proceso migratorio tuvo un efecto de “válvula de escape” en Europa; esta región no podía asimilar productivamente toda su población y así esta presión demográfica, tuvo un alivio con la emigración masiva de europeos hacia América y Oceanía, principalmente.

Para las regiones receptoras el fenómeno fue inverso, la población empezó a aumentar rápidamente, pero no fue tan sencillo como la ocupación de territorios vacíos; lo que hubo fue un recambio de población, es decir, la población aborigen se redujo, desplazada o eliminada y los territorios fueron re-ocupados por colonos de origen europeo.  Esto se presentó para la mayoría de las colonizaciones interiores como en la conquista del oeste norteamericano, las colonizaciones agrarias de Argentina y Brasil, la colonización de la Siberia rusa, Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda; así, el crecimiento poblacional produjo un cambio profundo en la composición de la población, donde las poblaciones autóctonas se convirtieron en minorías étnicas o en mayorías discriminadas y dominadas como en Sudáfrica.

En ambos espacios hubo repercusiones en la estructura de la población, tanto en la composición por edades como en la composición por sexo.  La mayor parte de los emigrantes europeos y chinos eran hombres por lo que la población europea sufrió una especie de feminización, mientras que la población en los territorios de llegada sufrió una masculinización.

Por otra parte, la población emigrante era mano de obra joven que se situaba en un rango promedio entre los 20 y los 40 años, lo que representa una reducción entre la población masculina joven en las regiones de partida y un predominio de los hombres jóvenes en los territorios de llegada.  Esto tuvo como consecuencia de la fragmentación de las familias porque una gran cantidad de hombres jóvenes no llevaban a sus familias y luego no se volvían a reunir, quedando las mujeres y niños abandonados y en condiciones económicas desfavorables.

La consecuencia económica más grande fue la integración y el fortalecimiento del capitalismo,  la mayor parte del planeta quedó bajo esta forma de producción para la expansión productiva o por imposición (India y Sudeste asiático).

Los que llegaban llevaban técnicas, alimentos nuevos, fomentaban el comercio y abrían nuevos mercados y al mismo tiempo se veía fortalecido por estructuras políticas en los Estados nacionales o las administraciones coloniales, que podían brindar condiciones propicias para dar aliento a los migrantes.

Las migraciones implicaron un crecimiento económico de múltiples facetas: Las primeras fases de emigración conllevaron un crecimiento de las tierras cultivadas para el comercio, esto sucedió principalmente para las colonizaciones de Norteamérica, Argentina, Uruguay, Brasil e incluso hacia finales del siglo XIX para el occidente colombiano con el cultivo del café. En general, la  migración tuvo un carácter rural – rural.

En el período posterior a 1870, las migraciones de mano de obra calificada favorecieron el proceso de difusión y crecimiento de la industrialización, principalmente en Estados Unidos; esta migración tenía dos (2) facetas: era una migración exterior de Europa a América y era una migración de carácter urbana –urbana.

Las grandes obras de infraestructura que facilitaron el crecimiento económico, la ocupación del territorio y la expansión de la agricultura fueron construidas sobre la utilización de mano de obra barata que también la constituían emigrantes forzados o engañados.  Así que el impulso del capitalismo del siglo XIX está basado, en parte, en el viaje del capital y de la mano de obra, a otros espacios.  La migración del siglo XIX fue un proceso fundamental en la expansión del sistema capitalista mundial; se refuerza la especialización de las economías regionales y de los intercambios de desigualdades.

Los emigrantes contribuyeron a la industrialización masiva de los Estados Unidos; Argentina se especializó en producir alimentos típicos europeos para la exportación, aprovechando que las estaciones son opuestas a las europeas.

Las consecuencias políticas de las migraciones del siglo XIX son diversas:

  • El fortalecimiento del imperialismo.  Las potencias coloniales europeas se “repartieron el mundo” por segunda vez en la historia e incluyeron a África, Asia del sudeste y Oceanía.  Los enclaves de población emigrante fueron fundamentales para controlar las zonas insulares y regiones continentales como: India, Australia y Nueva Zelanda, por parte de Inglaterra y el Magreb, por parte de Francia.
  • El establecimiento de políticas migratorias para controlar la salida de la población como en el caso de España; otras para controlar la entrada de la población, como la Comisión de Inmigración de Argentina de 1824 y Estados Unidos que definieron progresivamente leyes migratorias. Otros países celebraron acuerdos migratorios, como el Tratado Sino-mexicano de Amistad, Comercio y Navegación de 1899 firmado por los gobiernos de México y Japón con la intención de poblar y desarrollar económicamente las costas del Norte del Pacífico.


El control de la población migrante tenía un componente étnico;  países como Costa Rica, Panamá, Argentina o el imperio Británico, en Australia, restringieron la migración de personas negras de origen africano y de personas chinas.  Otras como México, Cuba y Perú no pusieron restricción a la entrada de personas chinas; en Brasil preferían  los inmigrantes agricultores de origen europeo.

De todas maneras, gente de muchos pueblos distintos quedaron reunidas  bajo un mismo estado nacional con diferentes niveles sociales, económicos y políticos.  Las poblaciones que no eran europeas eran segregadas y su estatus como grupo en la sociedad se definió, en principio como la capacidad para integrarse al modelo cultural.  Si los grupos se integraban, se convertían en ciudadanos de primera clase.  Sin embargo, la integración se daba en términos desfavorables para las poblaciones segregadas y aunque se integraran a la cultura occidental, esto no implicaba la desaparición del racismo.

Las migraciones del siglo XIX tienen un gran impacto sobre las relaciones entre  el ser humano y la naturaleza en el ámbito mundial. Los cambios ambientales son diversos; desde la disponibilidad y uso de los recursos naturales hasta las representaciones de la naturaleza se transformaron debido a los cambios que se presentaron en las formas productivas, especialmente en el templo primario (agricultura, minería) y en el sector secundario de la economía (industria).

Así se habló de la “occidentalización” de la relación ser humano naturaleza, es decir,  de un proceso donde se impusieron formas productivas como la ampliación de los terrenos cultivados y la industrialización a la manera europea moderna en América, África, Asia y Oceanía, en reemplazo de procesos productivos tradicionales que tenían mayor afinidad con el entorno al ser productor de experiencias milenarias; esto estuvo ligado al desarrollo del racismo porque se privilegiaban las técnicas europeas por considerarse más avanzados.

Con los emigrantes viajaban las técnicas y las formas de pensar sobre el mundo y la naturaleza, transformando los espacios de acuerdo a los lugares de origen y a las expectativas mercantiles que llevaron al deterioro ambiental por la deforestación y la creciente contaminación.  Este proceso no fue homogéneo, estuvo más marcada en Norteamérica, Australia, Nueva Zelanda, Argentina y el sureste de Brasil.

Los inmigrantes llevaron nuevas especies de orígenes diversos, principalmente  euroasiáticos y las privilegiaron como fuente de alimentación y recursos para la producción industrial, así algunas especies autóctonas desaparecieron al preferirse el ganado ovino y ovino y monocultivos como el trigo y el café en Brasil y a finales del siglo XIX en Colombia.

Con las migraciones humanas,  los ritmos de extinción de las especies silvestres, especialmente de América, crecieron a  lo largo del siglo XIX.